Los primeros pasos para ser alguien son comunes seas quien vayas a a ser. En el primer gesto para ser no hay intención: nacer, pero hasta eso determina el carácter porque para usted llegar a ser Adriana (García Moreno) tendrá fobia a dejar de respirar que no a morir. Eso sí, ha de nacer sin pretensión ninguna de ser ésta o aquella, incluso aquel. Durante toda la vida le importará un pepino la respuesta a la tan trascendental cuestión ¿Quién soy yo?, y mirará extrañada a quien sentada de frente ante esta pregunta se harta de llorar.
Como enfermedad del alma padecerá de cursicroniquez aguda, enfermedad motivada por la necesidad de belleza que cursa con crisis y mucho más común de lo que pueda imaginarse pero que la gente intenta negar con ansiolíticos o disimular bajo la cáscara de la normalidad, hasta que les da un ataque y rompen por cualquier lado, por ejemplo cantando lo de “El achuchón que tú me diste una tarde en el balcón”. Durante toda la vida estará aterrada vaya a ser que, si se abandona, la belleza la vuelva loca y no pueda volver.
El primer gesto hacia la adquisición de la identidad intencionada será repetir, noche tras noche, una interminable lista -dicha por papá para dotarla de raíces aéreas- de padres, abuelos, tíos y primos (Sí, de ellas también) más jartible que la lista de los reyes godos porque sólo de tíos (y tías) directos tendrá dieciocho. Durante toda la vida no asistirá a ningún sarao familiar con menos de trescientas almas y los entierros en otras familias le parecerán el desierto.
Aprendiendo a andar se caerá en un pozo de curiosidad. Año tras año se dedicará a observar minuciosamente actos y opiniones contrarios y ciertos. Se hará diplomada, licenciada y primeróloga hasta concluir que la ciencia es una religión porque si se observa atentamente el mundo sólo puede concluirse que cualquier hipótesis es cuestión de creer. Durante toda la vida estará desasistida por la fé y la pasará deshojando la margarita de la razón y la sinrazón.
En el camino hacia la independencia se perderá de chica en alguna coordenada del eje cartesiano espacio-tiempo. No sabrá en qué dirección queda su casa, ni el mar, ni qué camino tomar. Pero sobre todo, no se abandonará a la lectura en ninguna estación de tren si al terminar no quiere aparecer suspendida en el limbo. Durante toda su vida el norte quedará en un lugar diferente al que cree y la moto estará aparcada justo en la dirección contraria.
Sumergida en la masa no podrá evitar la mogollonfobia y esa dolencia le impedirá caminar corriente arriba en una semana santa, una feria o cualquier viernes noche o en la cola de un remonte. En esos casos caminará, entre las mareas de gente, tras una gran amiga, preferiblemente grande incluso de tamaño, y no a su lado. Incluso si la deja, se recostará en su espalda. Durante toda la vida evitará ir de compras la víspera de Reyes y, si no lo puede evitar, no saldrá sin barrera.
A la hora de comer considerará que no es necesario alimentar la muerte para mantenerse viva, aquí no, pero si hubiese nacido en Somalia pediría su ración de peces libre de mierda radioactiva. La decisión de no comer nada que tenga ojos la tomará a usted en un momento indeterminado de la vida sin la más mínima intención y nulo sacrificio. Durante toda la vida sabrá que la siguiente frase que va a escuchar es ¿Y el jamón tampoco te gusta? y se acostumbrará a hacer como si “gustar el jamón” fuese la cosa más normal del mundo.
Sentirse un minúsculo moco orgánico en cualquier punto de contacto entre las arrugas de la tierra y el cielo será su momento cumbre. Será observadora de sus pasos, de su respiración, de sus secreciones, de sus emociones, de sus sentimientos, de sus pensamientos. Será en movimiento. Será. Durante toda la vida sabrá que por absurdo que sea subir una montaña para comerse una chocolatina, es lo único que tiene sentido y no tratará de explicarlo ni de entenderlo.
En el curso de sus pasos errantes (de equivocarse) le devolverán cosas que nunca perdió porque las presuponen suyas. Será tan despistada que no recordará qué día es hoy, ni sellar el paro aunque ese mes no cobre, ni recoger a su hermano pequeño hasta 30 kms. más allá. Perderá hasta éste insignificante archivo entre las carpetas temporales del ciberespacio porque qué es una hora y media si 20 años no es nada. Durante toda la vida irá del descojono a la desesperación según sea la premura de encontrar las llaves (o la cartera o el móvil o) y las mantendrá amarradas con rutinas.
Hablará con contundencia como si supiese de qué se trata sintiendo cómo es enfocada por las caras vueltas en su dirección y deseando no haber abierto la boca o hacerse pequeña pequeña pequeña. No usará su poder de convocatoria pues intuye con qué facilidad la gente es manipulable y no está segura de tantas cosas, más bien no está segura de nada. Durante toda la vida cargará con el sanbenito de ser una enterádemieeerda y sopesará que, al fin y al cabo, no es la peor opinión que de una puedan tener.
decabeza

Humanamente querrá ser ameba. En el camino que va de la imposibilidad de comunicarse a la necesidad de hacerlo alcanzará por momentos la cota de animal social susceptible del milagro de la comunicación. Durante toda la vida escuchará reproches por no creer que la comunicación sea posible, hechos por personas que dan por supuesto que la entienden -algunas hasta la quieren- y usted seguirá intentándolo, desesperadamente.
(Escrito como ejercicio para el taller Escribo, luego soy de la escuela Relatoras)