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NONES

La tonta la loma
Publicado de en Loma tras loma · 21 Octubre 2017
¿Quiénes son las personas con capacidades especiales? ¿Todas?

La Punta de las Olas se me antoja un nombre precioso para una montaña. Parece ser que, con sus 3002 metros, puede pertenecer al selecto grupo de los tresmiles del Pirineo, que es selecto pero no es tan escaso porque con este parecen ser 212. Es un tresmil por los pelos, que hace un número de tresmiles muy redondito. Aunque hay quien dice que “sólo” tiene 2999 y, claro, entonces ya es otra cosa, un don nadie en la preciosa sucesión de picos que se inicia por esta punta y se acaba por el Cilindro del Marboré, o por los Astazu, o por el pico Pineta, o por yo qué sé dónde porque yo no sabría cortar.

Supongo que se llama así porque, visto desde el Collado de Añisclo, que debe ser desde los pocos puntos desde donde se aprecie su cumbre, parece una pequeña piedra en forma de ola o el morrito suave de un caballo.

Sus modestos 3002 metros, o 2999, se venden desde Pineta al nada desdeñable coste de 1850 metros de desnivel, caso omiso del vertiginoso paso por la faja de las olas.

Ahora que estaba por el Pirineo sin un plan que merezca tal nombre, y que ya había descubierto que el Refugio de Pineta está gestionado como un hogar, con cariño, encontré una marca en un libro que compré en 2006 y dije, pues aquí mismo subo aunque sea desde otro lado, si total, ya lo elegí hace 11 años…

Para empezar la ruta hay que subirse al Collado de Añisclo, con sus 1400 metros de desnivel a zeta seca. Y no confundirse enk, creo, que sólo dos puntos posibles. Yo aproveché la primera oportunidad. Y mira que la lógica me decía es para la derecha pero el gr11 está un pelín camuflado en el collado en dirección a Góriz mientras que la bajada a Añisclo comienza suave y claramente en la misma dirección. Además, me habían dicho sobre una foto que había que bordear la pared para subir a la punta desde atrás y que sólo había que seguir el camino principal hasta que éste se diferenciaba de una desviación pasando entre dos mojones.

Yo bajaba y bajaba cada vez más lejos y la marca no llegaba nunca. De vez en cuando me desvié buscando un camino en la otra dirección que es donde debiera estar pero volvía porque como había que rodear para subir desde atrás y seguir el camino principal pues yo qué sé. Definitivamente, el camino se pegaba a la pared izquierda y se dirigía directamente al cañón de Añisclo. Por fin me decidí a sacar el mapa para confirmar lo que a estas alturas, o más bien bajuras, ya sabía: que el camino tenía que estar arriba del todo porque si aquello daba la vuelta pasaba por África. Por fin localicé a un grupo de excursionistas batallando con la pedrera de enfrente, por ahí no es buena idea.

Me comí un cacho de calabacín, y con las orejas gachas, ya no daba tiempo pero por lo menos sí localizar el camino por si el cuerpo y el tiempo permitían volver a intentarlo. Empecé la remontada trochando para cruzar el camino en algún momento.Y sí, allí estaba en tó lo alto. Las dos menos diez. Nones. El viento me decía ¿Has visto lo bonito que es todo esto, so tonta? ¿Por qué te has fiado de cualquiera menos de ti? Pues Collado de Añisclo abajo. Mitad roca mitad bosque de otoño. Precioso. Con muchísimo cuidado, que mañana vuelvo.

Eso me mostró el hombre que me indicó el camino sobre la foto, no el camino sino que no me fío de mi. Y volví. Y a pesar de los 1700 o 1800 o los metros que fueran el día anterior tardé menos.

En el Collado, cuando estaba a mordiscos con el calabacín restante del día anterior, me adelantó un hombre. Miró un gps y empezó a bajar. Pensé que se estaba equivocando. Le pregunté y me dijo que a la Punta de las Olas, que no conocía por allí. Le indiqué el camino. Me hizo caso y se perdió en el horizonte. No lo volví a cruzar ¿Se lo tragaría el mar?

Luego el gr, a su paso por la faja de las olas, aparentemente perdía toda su amabilidad pero a cambio te permite asombrarte con surgencias de agua en la roca pelada y con las líneas quebradas de ese accidente geográfico, parece que el mundo estuviese un poco roto por ahí. Los tramos de rocas blancas, que se mezclan con la oscura, resbalan y algunos los han asegurado con cadenas. Cuando vi la primera laja, a lo lejos, una pareja subía despacio. Me preocupé, nunca he adelantado a nadie. Luego vi que avanzaban sosteniendo una cadena. Me asusté. Si les estaba ganando terreno es que aquello era difícil. Cuando llegué a la cadena no me pareció necesario usarla porque la roca estaba seca. No volví a ver a la pareja. Ni en el siguiente tramo de cadenas, que era una fractura larga en la roca ni más adelante, cuando el camino volvía a ser un camino ¡Qué raro! Hasta pensé que me los había inventado para saber que se podía pasar pero…si no sabía que había cadenas ¿Dónde fueron? Viéndolos totalmente agarrados a las cadenas no me los puedo imaginar escalando por un espolón.

Estaba yo pensando en esto cuando por fin la senda se vuelve “normal” y llegas a la bifurcación, a la exacta altura de los dos mojones. Ahora sí. Tres minutos de celebración porque enseguida toca la entrada a la pedrera y es más bien brusca. De esto que dices pues igual me vuelvo. Pero se mejora enseguida. Justo antes me crucé con vida humana y pensé les voy a hablar, a ver si no desaparecen y me quedo con la duda ¿Estoy subiendo a la Punta de las Olas? Confirmado, sólo me queda una pedrera larga y esto me lo dicen tres que han subido pero…no es verdad. Al final de la pedrera se recorta contra el cielo un gran hito. Grande pero no tanto. Me emocioné. Lloré, claro. Siempre lloro. Incluso tardé unos minutos en darme cuenta de que la arista subía aún levemente antes de bajar para luego subir abruptamente hasta la cresta de la ola que, además, empezaba a desaparecer entre las nubes. Así que ni había subido ni podía subir sin arriesgarme a desaparecer entre la niebla. Tocaba dar media vuelta y bajar lo más rápido que la sensatez y el cuerpo permitiesen porque tenía que salir de la pedrera con visibilidad y cruzar las cadenas con el suelo seco. Y eso hice, con determinación y mirando poco atrás. Ya en el collado vi que las nubes se paraban un poco por encima del camino. Borja me explicó después que pasaba así siempre que no tenían fuerza para llover porque no haya humedad suficiente. Que aún tardaría dos o tres días en conseguirlo.

Cuando llegué al bosque decidí que ya podía bajar todo lo despacio que pudiera, que ese delicioso bosque estaba ahí sólo para mí, con sus sonidos y sus olores de otoño, aunque con el verde seco. No me alcanza el cuerpo para intentarlo de nuevo mañana. Nones. Tardé aún dos horas en llegar, casi con el ocaso. Las caritas expectantes de Borja y Quique me preguntarón ¿Y qué? ¿Hoy has llegado? Pues me temo que no. Y Quique adivinó. Te has quedado en el mojón grande, por las nubes. Y entendió. Y Borja ¿Pero es que no veste más camino? Después de la cena Quique me invitó a un trago, aunque él no puede beber, porque bien sabe que si no has pisado la cumbre no has estado. Aunque sea por veinte minutos. Aunque hayas hecho lo adecuado. Aunque en dos días hayas acumulado desnivel como para subir un Mont Blanc. No. No he subido esa montañita de la que no escuché decir a nadie “Yo subí la Punta de las Olas”, como si eso fuese algo, y que a mí me parece tan tan tan bonita. Tampoco he subido la Punta de las Olas. Menos mal que no soy de asignaturas pendientes.



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Adriana García

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