Nos volvemos. Usando todas nuestras habilidades lingüísticas con el hombre que parece saber las cuatro palabras clave en todos los idiomas, además de hablar unos cuantos más o menos completos, nos hemos asegurado bien de a qué hora exacta sale el autobús de vuelta. Después de comer seguro, nos ha dicho, pero ya os confirmo la hora exacta mañana por la mañana. Esperando estamos. A las cuatro o las cinco, nos dijo ayer, pero hasta el momento, que ya hemos tomado posiciones por si arranca sin avisar, no hemos podido saber la hora, será más bien hacia las cinco porque las cuatro han pasado ya.
Por algún motivo indescifrable ha sido imposible que carguemos el equipaje a la altura de las tiendas hasta donde se ha acercado a descargar pasajeros. Así que hemos arrastrado los 150 kilos lo más rápido que hemos podido, no sea que el microbús se fuera sin nosotros, hasta la otra punta del campamento, no sea que se llene por orden de llegada, seamos los últimos y no quepamos. La preocupación se demostró innecesaria porque los que llegaron ayer como nosotros continúan allí sin ducharse, habiendo duchas de agua bien caliente. Se ve que, después de unos catorce días, aún no lo consideran del todo necesario.
Los indicios apuntan a que el conductor traía hambre porque desapareció en la cocina un buen rato. La verdad sea dicha, nos viene bien, Toñi y yo nos hemos dejado llevar por el entusiasmo y nos hemos bebido un litro de zumo de manzana entre las dos. Aquí los zumos de manzana, aunque vengan en cartón, deben ser de verdad porque el efecto laxante se ha hecho notar enseguida. O tal vez sea un castigo divino porque con la agonía no le hemos ofrecido a los eslovacos. Así que estamos haciendo guardia para que ir al baño sea lo último que hagamos antes de echar a andar.
Nos repartimos los papeles porque Sergio quiere ir a tomar café sin dejar de fumar y no podemos faltar los tres a la vez porque si arranca ¿quién se va a poner delante del autobús? Porque lo que es decir que falta alguien, no sabemos. Por fin Sergio decide arriesgarse al síndrome de abstinencia justo un minuto antes de que el conductor se decida a salir. Afortunadamente estábamos de guardia pero esto también fue innecesario porque Sergio se tomó el café asomando la cabeza por la puerta de la carpa y fumándose un cigarro, que la multifunción no la inventó windows. Cuando por fin vuelve el conductor, en algún momento indefinido de la media tarde, las cuatro no, las cinco tampoco, tal vez las seis, nos parece que el conductor nos pregunta si hemos comido. Pues claro, hombre, si te fijas un poquito verás que con la de vueltas que damos a las letrinas ésta y yo es porque nos estamos cagando. Pero no, no era eso, preguntaba si nos habían dado la bolsa con la cena y no, nos la habían dado. Oye, que aquí si dicen que incluye pensión completa es que incluye pensión completa te pille donde te pille y si te pilla de camino pues te dan tu sándwich mixto, eso sí de dos dedos de ancho, que cada rodaja de pan admite tres cachos. Aquí los bocadillos son así y el resto son galletas.
El viaje prometía ser bien aburrido, cinco pasajeros, dos que no sabíamos en qué idioma hablaban porque no habían abierto la boca aunque llevaban dentro del microbús el mismo tiempo que nosotros, con todas nuestras idas y venidas. Y nosotros tres que desparramamos el equipaje por todos los huecos que habían quedado libres después de colocar el ingente cargamento de bolsas de 5 kilos de macarrones ¿desde el campo base a Osh? ¿No sería más normal que los macarrones hicieran el trayecto al revés? ¿Estarán caducados los macarrones? ¿A los turistas de altura ya no nos gusta la pasta? Los macarrones ocupaban uno de los asientos individuales de atrás y los portaequipajes que los apartaban de la vista con unas cortinillas de terciopelo negro y los contenían con una mínima barandilla.
En esto que cuando el minibús arrancaba se ve que Sergio sintió una punzada de añoranza por la profesión y le pidió al conductor, en perfecto español, permiso para sentarse en el asiento del copiloto, a lo que el conductor suponemos que le contestó que sí porque lo hizo en perfecto kirguiso pero con buena cara. El caso es que Sergio se sentó allí y no lo echó. A partir de ahí ambos establecieron una cordial y animada conversación, cada cual en su idioma pero con continuos gestos de asentimiento por parte y parte. Hasta que Sergio declaró “Ahí me he perdío”. No pudimos ayudarle porque desde atrás no se escuchaba bien y porque en kirguis sólo habíamos aprendido a dar las gracias, eso sí, muchas veces.
Afortunadamente el minibús había hecho una parada en otro campamento y se habían subido un chico rusohablante con una bolsa de esquís y una mochila cargada de aparatos electrónicos para estar conectado y una chica jovencita que parecía conocer al conductor y que se sentó en el asiento de detrás del que yo ocupaba.
El autobús parecía un cruce entre máquina y potro por el carril estepario. Al poco de estar brincando el autobús la chica y yo decidimos exagerar el instante que nos quedábamos en el aire en algunos brincos más intensos como si estuviésemos en un cacharrito de feria. Claro que de repente empezaron a caer algunas bolsas de 5 kilos de macarrones de los portaequipajes, lo suficientemente lejos como para no caer sobre nuestras cabezas. Al caer dejaban huecos libres por los que se deslizaban inquietantes el resto de bolsas de macarrones. También Sergio estuvo a punto de salir volando, como una bolsa de macarrones cualquiera, en uno de estos brincos que le sorprendió queriendo girarse. El conductor le dijo en perfecto kirguis “Machooo, ponte el cinturón, que cuando te duermas te caes fijo” y Sergio entró en razón.
Se ve que al impacto, en algunas bolsas se hizo un agujero. Por ejemplo se hizo un agujero en la bolsa situada a mitad de camino sobre la cabeza de la muchacha y mi cabeza y según estuviese más para allá o más para acá en el hueco nos nevaban, a ella o a mí, cachos de macarrones. El muchacho rusohablante contenía la risa a duras penas. Fingí ponerme solemne e intenté pronunciar avalancha en inglés. Nos reímos todos menos el conductor, que estaba inmerso en su conversación a dos lenguas con Sergio pero escuchó la palabra y se ve que se preocupó el hombre. Enérgica frenada al canto y a colocar las bolsas de macarrones por los asientos que dejaron de asomar amenazadoras entre las cortinillas de negro terciopelo. Se acabó la emoción. Otra vez constaté que había dejado el casco inútilmente guardado en la mochila.
Ya pasado el susto, el conductor le pidió a la muchacha que tradujera algunas cosillas a Sergio siguiendo el circuito de la comunicación que ya de por sí sabemos complicado. El conductor codificaba el mensaje en kirguis desde el asiento delantero izquierdo que codificaba en inglés la muchacha del asiento trasero izquierdo que decodificaba Toñi desde un asiento en la parte mediadelantera y recodificaba en español para Sergio que estaba en el asiento delantero derecho. Y luego el circuito inverso.
Así nos enteramos de que el conductor tiene un amigo que se llama Filip. Que Filip vive en España, en una localidad cuyo nombre no hemos conseguido descifrar ni con todos los idiomas juntos. Que el conductor fue o quiere ir a ver a Filip a su pueblo (Es normal que los tiempos verbales sufran una transformación cuando atraviesan tres idiomas, entre otras cosas porque da tiempo a que el futuro se convierta en pasado). No sé cómo escribir Filip porque no sabemos si es español, francés, kirguiso o de algún país del espectro soviético. Tampoco tenemos el teléfono para decirle que hemos conocido a su amigo.
También aprovechó para decirnos lo mal que le parece que los montañeros del mundo sólo estén interesados en ir a la montaña porque si le sobran días adelantan el vuelo y se van, siendo Kirguistán tan bonito. Se puso contentísimo cuando le dijimos que nos quedábamos por allí unos días y nos dio su bendición para que nos fuésemos a Issik Kul. Así que, si vas a subir el Lenin y se te da tan bien o tan mal que acabas pronto, no te vayas a Estambul, que ya lo verás otro año. En Kirguistán vas a flipar con los paisajes y con la gente y, además, te ahorras el aburrimiento de ver monumentos, porque no hay ni monumentos ni visitas obligadas. Dicho queda.
Sergio aprovechó la traducción, bastante menos que simultánea, para alabar al conductor. Nosotras insistíamos desde el principio en que le dijera que él también era conductor pero él nos decía “más tarde” pero ¿más tarde por quéeeee? Viendo que Sergio no se decidía nos pudo la impaciencia y le reventamos lo más jugoso de la conversación. Urgimos a la amable traductora a que le dijera lo de que Sergio también era conductor en España pero en la ciudad. Puso cara de vosotras me estáis tomando el pelo ¿De verdad? Palabrita maari. Traducción y estallido de júbilo ¡No me digas! Pues sí, en Alicante, que no sabemos si está cerca o lejos de donde vive Filip.
Poco a poco fue decayendo la conversación, no comimos el bocadillito y a dormir. El rusoparlante hizo el viaje descojonao mientras que los otros dos pasajeros permanecieron impasibles ¿será que no hablan idiomas? Por mi parte, te lo digo maari, que a mí ni me gusta la montaña ni nada, que a estas cosas vengo yo por los viajes en autobús. Porque así, como quien no quiere la cosa, acabas por vadear tres ríos glaciares, por divisar manadas y manadas de caballos con las crines al viento, como las de los pósters, y acabas por atravesar horas de estepas que no conducen a ninguna parte.