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ATERRIZAJE EN OSH

La tonta la loma
Publicado de en Loma tras loma · 10 Agosto 2015
4 de la mañana hora local, aterrizamos en Osh. A mis ojos somos un pintoresco pasaje, compuesto por humanos de dos especies bastante diferenciadas. Puede que haya alguien de otra pero pasa desapercibido. La gente kirguisa, las mujeres con los vestidos largos, pañuelos en la cabeza y dientes de oro, cargan muchos y voluminosos paquetes, no maletas. Muchos de ellos intentaron pasar los bultos como equipaje de mano pero no coló y los mandaron a labodega. A la llegada les tocó pasar por caja. No ocurrió lo mismo con ningún equipaje de mano de la otra especie de viajeros, mochilas ligeras y no tan ligeras, no maletas.

Aunque sea la ciudad más grande de Kirguistán, Osh se ve desde el cielo como un cúmulo de pequeños círculos iluminados con luz tenue. Aterrizar en Osh a las 4 de la mañana puede parecer un trámite tranquilo propio de una ciudad tranquila. Y es verdad, allí nadie se da la más mínima prisa, para un vuelo que llega hay que aprovecharlo bien.

El vuelo separa bien entre primera clase y clase turista pero, por algún motivo inexplicable, los dos autobuses de clase turista recorren antes la distancia hasta la terminal, tanto que para cuando llega el de primera ya casi han terminado de organizarse en dos ventanillas los tranquilos gendarmes de inmensas e inclinada gorras de plato. No puedo dejar de mirarlas ¿Estarán pensadas para los días de lluvia? Escucho un tranquilizador comentario en español “Bromas ni una, que estos son de la escuela rusa”. Decido hacerlo bien y no reírme de la gorra. Verdad es que no tiene cara de querer hacer amigos, pero también es verdad que son las 4 de la mañana. Pues estos serán de la escuela rusa, pero es difícil organizarse tan mal. Consiguen que aunque hemos ido llegando paulatinamente estemos todos apiñados asomándonos a ver cuándo empiezan. Y sin reírnos nada. Y mira que las gorras no ayudan a la marcialidad. El previsible conflicto con los de primera se ve que se solucionó por la puerta de atrás y que los ordenadores a las 4 no merece la pena encenderlos, si para un avión que llega mejor la mirar la foto despacito y si no conocen el país te preguntan dónde está. Se ve que los gendarmes de gorra ancha son menos aficionados al fútbol que el resto de habitantes del país, quienes inmediatamente que respondes España empiezan a recitar Barcelona, Madrid, resto de equipos de primera división, seguidos de los nombres de las principales estrellas del mundillo. En vez de eso los gendarmes preguntan ¿España? Y tú sacudes la cabeza de arriba a abajo. Cuando se acercó mi turno me concentré bien en poner cara de esta gorra la he visto yo un montón de veces, a pesar de ello, sonreí ¡Idiota! El gendarme me premió con no preguntarme por el país por tercera española consecutiva (¡Putada semejante gorra!).

Una vez pasada la espesa comprobación, los dos tipos humanos nos fuimos amontonando cerca de la única cinta transportadora a esperar las no-maletas facturadas o requisidas. Cuando se acaba con los pasaportes se empieza con los bultos, para qué precipitarse si estamos en un país tranquilo. Bien amontonaditos escuchamos un ruido por atrás, se abre una puerta y empiezan a meter los bultos a empujones. Rápidamente el pasaje se organiza, abrimos un pasillo por el que ir deslizando las no-maletas pero, claro, en la sala llena a testemonete no cabían ni los inmensos petates de los montañeros ni los inmensos bultos de los kirguisos. Éramos demasiados para hacer una fila y enseguida se estableció un conflicto territorial entre las puertas, el improvisado pasillo y los montones de bultos de los grupos de montañeros y de familiares. Días después, demasiado tarde para ahorrarle el trabajo descubrí que Raúl formaba parte de un nutrido grupo de montañeros de Valencia y por eso recogía todos los petates negros. Por eso y no porque fuera personal del aeropuerto encargado de agilizar aquello. Como recogía tantos bultos y estaba después de mi en la fila me dediqué a empujarlo todo en su dirección, para despejar aquello. El hombre me miraba, me pareció que un poco mal, pero no dijo nada, por prudencia o porque no sabía que hablaba español. Espero que no me guarde rencor.

Por fin reunimos nuestros aproximadamente 150 kilos de equipaje y nos enfilamos para que la corriente nos metiera en el embudo humano que pugnaba por atravesar la puerta, intentando neutralizar los ataques kirguisos de familias enteras que se habían dividido el trabajo de pagar lo no facturado, recoger los bultos y ponerse en la cola. Sólo he tenido oportunidad de observarlo en el aeropuerto pero la gente de Kirguistán tiene un ímpetu y un descaro generalizado para colarse en las filas asombroso en un pueblo descendiente de nómadas. Se cuelan por grupos enteros y a presión, como si el lugar les correspondiera por derecho. Y si no, se meten del revés, como si nada. Y lo mismo da si es para embarcar, pasar el control de pasaportes o salir del aeropuerto. En el resto del viaje no participé en ningún amontonamiento más pero es difícil que esa habilidad se adquiera sin entrenar. Incluso, en una ocasión, el ímpetu kirguiso me dejó caída de lado sobre el petate. A la señora de delante se le caía una de las pocas trolleys sobre mis piernas cada vez que la soltaba para hacerle sitio a alguien de su familia que venía con otro bulto más ¿Sería una estrategia para inmovilizar a la de atrás?

Me vengué, la verdad con regusto, y según llegué al arco me atravesé a todo lo ancho con el petate de ruedas y la mochila a la espalda hasta que me tocó el turno. El gendarme parsimonioso me miró desde debajo de la gorra, comprobó los números en billete y equipajes y desbloqueé el tapón.

Cuando atravesamos la puerta de llegadas, una hora y media después, a las 5:30 hora local, había amanecido. Nos esperaba Igor, que habla inglés y ruso, ni una palabra en común, y quien ante mi cara estupefacta, se echa sobre un solo hombro los 22 kilos de uno de los petates, con la espléndida sonrisa de quien levanta una copa para brindar: Bienvenidos a Kirguistán.




Este blog personal es propiedad de
Adriana García

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