En medio de un bocado japonés de tallarines con verduras aparece, infatigable, la tímida dentellada de Conciencia. Aunque nunca nadie la invita voluntariamente a comer. Para que la pava esta no se me espante, piensa Conciencia, vaya a entrar en crisis de ansiedad con horror a la evidentemente imposible apnea, apareceré en su estilo, la sentencia firme. Y la escucha decir:
– “Mira Mari, que yo hablo de mí no de ti ¿eh? Que yo no tengo hijos pero tampoco encuentro el momento. Siempre hay algo que aprieta más. Ponerte a escribir es estar dispuesta al caos. Dejar que la creatividad gobierne tu vida y, claro, siempre me viene mal.”
Conciencia sigue atenta el recorrido de semejante pensamiento. Le gustaría, la verdad, cambiar ya de tema, que la pava tiene ya 44 cumplidos y a los 13 ya hizo algún amago de encontrar las llaves. Entonces le pareció un trabajito fácil. No podía estar más equivocada porque Ella se revolvía como gata panza arriba de la evidencia.
Después la escuchó contar lo de Locos de miedo, lo de aquella vez que tanto se arrebató hilando ideas sobre el miedo a la locura, en un trabajo para la universidad. ¡Esto va bien!, pensó, cuando la escuchó recordar que durante una semana no supo de dónde salían las palabras, que apenas durmió, que tampoco tuvo sueño. En aquellos días Conciencia pensó que aquella era la señal definitiva que, sin duda, Ella lo entendería. En lugar de eso tuvo que aguantarla durante meses con el ánimo desencantado. Tuvo que resignarse cuando lo único que hizo con toda esa información fue concluir que no se dedicaría a la investigación porque lo mejor de si no encajaba en ninguna disciplina ¡Pobre intelecto incomprendido! Ni siquiera reparó en que el placer insomne era la escritura. En cómo la relación entre las ideas de otros hacían aparecer en forma de pensamiento sus más hondos sentimientos. Aquella que se adueñaba de las teclas era Ella pero la desconocía.
Conciencia celebró la intervención de la comensal de enfrente. Terapeuta, seguro, se dijo. “Y te convertiste en el personaje de lo que escribías”. ¡Ahí, metiendo el dedo en la llaga! Contuvo un instante la respiración pero Ella nuevamente huyó por la tangente: “Sí, escribir es un estado de enajenación mental transitoria”.
¿Se puede ser más torpe jugando a las pistas que la pava esta? ¡Si es que lo tiene a huevo! Si Conciencia fuese más corpórea volvería los ojos al cielo y tal vez echase espumarajos por la boca. Chochoooo, ¿dónde tienes guardado ese miedo? ¿Ese del que no hablaste en tu tratado sobre la locura y el miedo pero del que te he escuchado hablar hasta por escrito?: “A mi, siempre me dió miedo la Belleza, quedarme colgada de la Belleza”.
Pero de nuevo la ve desvariar por ahí. Ella está encantada con su nuevo descubrimiento, el de siempre. Que la creatividad impone su dominio y te muestra quién vas siendo, quién fuiste, quién puedes ser, quién eres. Que la creatividad sólo admite matrona pero no patrón. Que cuando eres, eres y punto. Sin horarios. Sin costumbres. Sin obligaciones y sálvese quien pueda. De sobra sabe ella que escribir es un camino sin vuelta, que siempre se está por donde se pasó. Ella no quiere mirar al centro de su miedo. Al miedo a quedarse colgada de la Belleza. No recuerda en qué ojos lo vió.
Mira, ya está bien de darle cuartelillo a la pava esta. Se lo voy a poner por delante bien clarito, así se asfixie con la paranoia esa de que no puede respirar, o se vuelve loca de veras. Pero Santa Paciencia, siempre oportuna en sus visitas sonrió tranquilizadora: “Esta tampoco entra al trapo hoy”. Conciencia respira y recuerda que sin tiempo no hay prisa y que si ella sirve para algo es justo para dar oportunidades, tantas como Ella necesite.
La ve irse del restaurante japonés, tan contenta, a perder las llaves de la casa y de la moto. No sea que Creación venga este fin de semana a tomar la palabra y ya nunca sea lunes.