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ACERCA DE LA VERIFICACIÓN DE LA VIDA

La tonta la loma
Publicado de en Loma tras loma · 25 Diciembre 2013
Mírame, lo relajadita que estoy, el día después de contrastar que sigo viva. Es que estas cosas, aunque lo parezcan, no siempre son evidentes. Tú puedes andar y todo pero eso no significa, necesariamente, que estés viva. Me refiero a después de un traumatismo, a si tienes, por ejemplo, un accidente en la moto, te hacen radiografías, te recuperas de las lesiones y te dan el alta, trabajas y esas cosas. Pero todas esas evidencias científicas no demuestran, necesariamente, que estés viva. Sólo demuestran que puedes andar.

A mi me dan igual los nombres, la verdad. Probablemente sea lo más diferente a una coleccionista que pueda existir. Hace unos días no sabía que Weissmies era considerada la montaña más hermosa (y alta) de los Alpes Peninos…con sus 4 mil y no sé si 23 metros. Y es lo que me ha devuelto la calma. Esta paz que me hace no desear ningún movimiento brusco, ningún esfuerzo. Compruebo con satisfacción el movimiento de mis pulmones: respirar es delicioso, simplemente. Noto el movimiento de las costillas. Noto si aprieto o no la barriga. Noto que no tiene tensión. No necesito nada más, a la vez empiezo a sentir en las tripas que la próxima vez puede estar demasiado lejos.

También he empezado a recorrer otro camino, que me resulta muy difícil: el de compartir. Es condición necesaria. Un coleccionista de 4 miles, al que no parece interesarle aprender nada de la montaña. Un guía que necesita otra profesión porque esta no le cabe ni el la vida ni en la edad. Juntos cultivan el discutible arte de los tópicos machistas. A ellos debo haber podido intentarlo. Aquí no vale mi pequeño mundo de personas escogidas (salvo Ale, menos mal) Si quiero estar tengo que aprender a negociar lo innegociable…porque soy una yonqui, lo sé. Una que consume poco pero que es totalmente dependiente. No puedo explicar por qué la vida no me parece tal sin esto. No tengo ninguna meta. No tengo ningún motivo. No lo puedo explicar porque ni siquiera lo entiendo. Sólo lo siento y me identifico con la sensación de conquistar lo inútil, o tal vez sea al revés, que soy conquistada por lo inútil.

La noche anterior a la subida pasé mucha calor y tuve sueños preciosos. Primero estaba en una fiesta de antiguos estudiantes y aclarábamos un malentendido con Inma que nos había regalado una camiseta y estaba dolida porque no le habíamos dicho nada. Es que no la habíamos recibido no que fuésemos una panda de desagradecidxs. Después Rocío pintaba flores en los márgenes de los sobres, al final de las guirnaldas, porque era «Lo único que podía hacer».

Durante la subida me propuse que no me pesara demasiado la consigna del guía de «no estar totalmente segura», no fuera a cagar el ascenso del coleccionista, que ya llevaba un montón invertido. Por supuesto, el ambiente no me invitaba a confiarle mis dudas sobre la propia existencia ni sobre si la esponja que acolchaba mi tobillo sería suficiente para soportar la bota rígida. Y no sé por qué me vino a la memoria Pilti (Gracias, gracias, gracias) que me decía cuando intentaba seguir el paso de los 5 tíos a la Custodia con las raquetas, aquella noche que se abrió a la luna llena después de cenar, «Pero disfruta». Y disfruté y el cuerpo no me falló. Ni aunque el guía se negara a parar el tiempo necesario para desencordarme y mear durante la subida. Esto ofreció a lxs aspirantes a cumbre, que venían detrás y elevaban su mirada anhelante hacia lo más alto, la dudosamente épica imagen de mi culo desnudo en la cumbre mientras me aliviaba, por fin, afianzada en el único trozo en el que no me iba a despeñar. Lamento haberles arruinado la imagen pero es que no podía más.

El día parecía elegido por venta catálogo, sin nubes y sin viento. Subió mucha gente. También yo, por mi particular camino amarrado circustancialmente al de otros tres. Al de Ale también. Es una montaña que, las más de las veces, no se asciende por si misma sino para aclimatar en el camino hacia el Mont Blanc pero a mi me ha devuelto a la vida, ahora sé que de verdad puedo caminar, que no morí en el accidente.

Como colofón, allí, a lo lejos, asomaba el que me pone ojitos desde las fotos de los libros de montaña. Los abra por donde los abra sale él y ahora se adivina allí, a lo lejos, en el horizonte del deseo. Pedí que me hicieran una foto con el Monte Rosa detrás, semejante macizo, para mirarlo también yo.



Este blog personal es propiedad de
Adriana García

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